No hay palabras suficientes para describir todo lo que he sentido haciendo el Camino de Santiago, creo que por eso he tardado tanto en escribir. Es tan difícil sacar del corazón y del alma el río de pasiones que se llega a introducir en ellos que he necesitado un mes para intentar plasmar tan solo un 25 % de lo que me he traído...
La ilusión de los días previos hace que se te parezca que los días son más largos hasta llegar allí. Si es cierto que intentas hacerte una idea de lo que supone hacer una etapa cada día, las personas que ya lo han hecho te dan valiosos consejos, sus experiencias, sus vivencias. Pero, al hablar con ello ves algo en sus ojos que no sabes muy bien qué significa y que te mueres por hacerlo tuyo.
Cuando llegamos al primer pueblo para empezar nuestro Camino, O Cebreiro, parecía que habíamos viajado en el tiempo. Chozas celtas, iglesia de piedra con un santo Grial cargado de historia, los primeros peregrinos...
La primera etapa fue dura sobre todo al final, una bajada de seis kilómetros hasta Triacastela entre casas rurales donde las personas conviven con su ganado. Bosques de helechos gigantes con mil tonalidades de verde transportándonos paso a paso hacia los primeros sentimientos que tiene el peregrino: hay que continuar el camino.
Cada día superaba al anterior en todo. La tendinitis de rodilla hace su aparición estelar al cuarto día, pero gracias a unos peregrinos solidarios que nos dieron "la pomada del camino" (una antibiótica y con efecto de calor) y a una fuerza increíble que proviene del Santo consigues seguir adelante y aguantar el dolor. Debo confesar que, para que os hagáis una idea del dolor, uno de los días llegué llorando a uno de los pueblos, Palas de Rei.
A partir de ahí, todo fue mucho más fácil o por lo menos eso parecía.
En la última etapa se mezclaron la alegría por la cercanía a Santiago y la tristeza porque el camino se acaba. Hablas con los peregrinos que hacía unos días no conocías y ahora son los únicos que te entienden: están sintiendo lo mismo que tú.
Ya no hay dolor o no lo notas, da igual, tienes una fuerza interior que te hace dar un paso tras otro. Llegas a la plaza del Obradoiro y el corazón se te sale del pecho y las lágrimas de los ojos. El abrazo al Santo es el más cálido que puedes recibir en esos momentos y lo notas muy cerca...
Puedo afirmar que desde que he vuelto cuando cierro los ojos quiero estar allí otra vez, quiero andar 20 km otra vez, si me propusieran ir ahora mismo al camino, lo tengo muy claro: ¡QUIERO IR OTRA VEZ!
Aquí estamos con la Compostela y una gran felicidad en el corazón...