Cuando murió mi padre, yo tenía veintiún años y estaba bastante atontada pues no había tenido ningún motivo de fuerza mayor para madurar de golpe, hasta ese momento, claro.
Recuerdo que yo estaba abrazada a mi madre, la cual no reaccionaba a todo lo que ocurría a nuestro alrededor, mis hermanos no se lo podían creer. A mi alrededor todo estaba negro, fue un día de agosto muy soleado, pero yo no logro recordarlo. No paraba de venir gente a darnos el pésame, todo seguía oscuro. En aquella época no teníamos móviles por lo cual no pude avisar a mis amigos y pensé que ellos no se enterarían y no podrían acompañarme en esos momentos.
Al anochecer vi aparecer, entre la gran cantidad de personas que allí se agolpaban, a mi amiga-hermana. Cuando me abrazó comencé a sentir un poco de consuelo, el alivio del dolor que solo pueden dar las amistades que son para toda la vida.
Nunca le he agradecido su gran apoyo. La complicidad de la amistad sincera a la que se puede llegar no tiene precio y es un gran tesoro que no nos podemos permitir el lujo de perder. Hay que mimar los pequeños detalles, los que quedan al final y los que son los que realmente cuentan.
Gracias amiga-hermana.
Recuerdo que yo estaba abrazada a mi madre, la cual no reaccionaba a todo lo que ocurría a nuestro alrededor, mis hermanos no se lo podían creer. A mi alrededor todo estaba negro, fue un día de agosto muy soleado, pero yo no logro recordarlo. No paraba de venir gente a darnos el pésame, todo seguía oscuro. En aquella época no teníamos móviles por lo cual no pude avisar a mis amigos y pensé que ellos no se enterarían y no podrían acompañarme en esos momentos.
Al anochecer vi aparecer, entre la gran cantidad de personas que allí se agolpaban, a mi amiga-hermana. Cuando me abrazó comencé a sentir un poco de consuelo, el alivio del dolor que solo pueden dar las amistades que son para toda la vida.
Nunca le he agradecido su gran apoyo. La complicidad de la amistad sincera a la que se puede llegar no tiene precio y es un gran tesoro que no nos podemos permitir el lujo de perder. Hay que mimar los pequeños detalles, los que quedan al final y los que son los que realmente cuentan.
Gracias amiga-hermana.