Hoy estaba dando clase y un alumno se ha pillado el labio con el clip de un bolígrafo. El pobre ha aguantado el dolor como un hombre y no ha emitido sonido alguno, pero su rostro... era un poema con una lagrimita cayendo sobre su mejilla.
Esto me ha recordado uno de los episodios más surrealistas en toda mi carrera como profesora.
Estaba explicando matemáticas financieras a un primero de bachillerato, cuando de pronto me volví sin que ningún alumno lo esperara (y no lo hice a propósito, que conste) y me encuentro a una alumna sentada en primera fila con unos prismáticos del Cola Cao amarillo chillón mirando hacia la pizarra con ellos.
¡.....!
¿Mi reacción? Me dio un ataque de risa tal que la pobre muchacha se iba ruborizando cada vez más. El resto de la clase, evidentemente, se unió a mi en ese momento tan extraño con unas carcajadas que retumbaron en todo el instituto.
Cuando, por fin, me fui tranquilizando y la risa me dejó hablar, le pregunté que qué hacía en primera fila y con unos prismáticos en clase.
Se le habían roto las gafas y como tiene muchas dioptrías, pues no ve nada de nada, así que se le ocurrió cogerle los prismáticos a su hermana pequeña para poder tomar apuntes de la pizarra y aprovechaba que los profesores nos volvíamos hacia la misma para sacarlos cual soldado detrás de una barricada y que no la viera el enemigo (es decir, los profes).
Le dije que era de admirar su dedicación a aprovechar las clases, pero que se pusiera en mi lugar al darme la vuelta y encontrarme esa mancha amarilla en su cara y unos ojos grandes muy grandes, mirándome a través de unas lentes enormes.
Por lo visto, yo fui la única profe que la pilló y la verdad es que me alegro mucho porque cada vez que lo recuerdo no puedo evitar reírme como en aquel momento.
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