Hemos estado en Zaragoza en casa de unos amigos y aprovechamos la ocasión para visitar el Monasterio de Piedra: un vergel en medio de una zona de matorral. Un paraíso para quienes quieran olvidarse del mundo y escuchar unicamente cómo cae el agua por mil cascadas.
Es curioso cómo el agua se divide para después de un momento de incertidumbre sin saber dónde va a ir a parar, vuelve a reunirse para caer unida con más fuerza.
Para sobrevivir a estas fiestas, hemos hecho como el agua: unirnos para ser más fuertes: unirnos con la familia y amigos.
Son unas fiestas algo duras cuando se echa de menos a personas queridas, pero también es un tiempo de ilusiones, o al menos eso dicen.
La verdad es que intento tener ilusiones todo el año porque de lo contrario no podría vivir con el estrés del trabajo y otros de tipos variados.
Gracias a mi refugio han sido unos días de conocimiento y descanso y para su pesar, de compras.
Estos días he pensado mucho en la familia.
No voy a entrar a definir la familia.
¿Mi refugio y yo formamos una familia?
Ni idea. Decidan ustedes: Éramos dos personas desconocidas que empezaron a tener unos sentimientos correspondidos. Salíamos al cine, a cenar, a pasear, de visita a casa de las familias respectivas. Nos cuidamos. Nos preocupamos de que la otra persona no sufra y si lo hace, la consolamos.
Reímos, lloramos, amamos.
No hay papeles oficiales ni contrato de ningún tipo, pero ya son siete años. Unos pocos ¿no?
Me gusta compartir la vida con mi refugio. Me hace sentir muy especial sobre todo cuando nos unimos como el agua para ser más fuertes.
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