Escucha bien Sara...
Érase una vez un río que viajaba majestuoso entre grandes montañas.
Estaba muy orgulloso de sí mismo porque presumía de atravesar grandes cordilleras haciéndose pequeño y así poder fluir entre rocas dejando su huella sobre ellas, cosa que ni los grandes hombres han conseguido jamás.
Al llegar al gran valle, se sentía más poderoso si cabe ya que bajaba con toda la fuerza que había adquirido en las montañas de forma que cuando cambiaba de dirección creaba los más bellos meandros jamás vistos, eran secciones de coronas circulares perfectas. Por eso él era el rey de los ríos.
De pronto, a lo lejos vio una gran esfera naranja que emitía un resplandor. Decidió que quería llegar allí cuanto antes.
Para conseguirlo tuvo que saltar de un precipicio creando la gran cascada. Los árboles, a su paso, se inclinaban para demostrarle su admiración por su fluir sin dudas y sin pausa.
Los peces se enorgullecían por vivir en él. Las aves pensaban que al beber de sus aguas les daba el poder mágico del vuelo libre...
Después del gran salto, tuvo que descansar unos momentos puesto que el esfuerzo había sido sobrehumano...pero mereció la pena.
Buscó un remanso de paz entre unos junos, pero estaba tan cansado que no se dio cuenta que la esfera naranja caía detrás del horizonte, y se fue quedando dormido en los brazos de un mar que lo recibía muy poco a poco para no despertarlo entre el suave rumor de las ola y el malva d los rayos que se desprendía de la esfera luminosa que dulcemente se acercaba para acompañarlo en el final de su viaje...
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