
Nines nunca se planteó seriamente la maternidad, le gustaban los niños y suponía que el ritmo de la sociedad la llevaría a cumplir con el cometido de casarse, tener hijos y ser una leal esposa y madre, por eso nunca le preocupó, porque la sociedad ya se preocupaba por ella. Pero no pasó y no porque no tuviera novios, es porque los novios no la convencían lo suficiente. No tenía una belleza deslumbrante, pero sí un atractivo en la mirada muy difícil de rehuir. Así te atrapaba y después con su palabra terminaba de embrujarte. Los hombres de su vida no eran los esperados. Durante su periodo universitario, tuvo dos novios, Javier y Fernando.
Fernando era un chico de provincias de familia adinerada, cariñoso, simpático, el yerno que toda suegra quisiera, que la cortejaba sin parar y siempre estaba a su disposición. ¿Por qué a Nines no le convencía? Quizás porque era demasiado perfecto, quizás porque simplemente estaba esperando a otra persona y esa persona era Javier.
Javier era mayor. Para una jovencita de dieciocho años un chico de veintitrés que ya había trabajado, hecho la mili y que la llevaba a recorrer la provincia en lugar de asistir clase, sólo para enseñarle lugares de ensueño creados por la naturaleza en los que le cantaba canciones de Silvio Rodríguez podría ser la envidia de cualquier mujer. Pero Nines nunca contaba nada de su vida. Su intimidad era su más preciado bien. Al final Javier tuvo que irse a otra ciudad a trabajar por motivos familiares y Nines tenía muy claro lo que quería en su vida: aprender y descubrir y la facultad le proporcionaría la capacidad necesaria para poder comenzar a volar...
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