
Se preguntaba cómo podían situarse tantas gaviotas sobre el mar con tanto orden. No sabía porqué pero se colocaban siempre sobre la misma zona formando casi un triángulo perfecto y eso la desconcertaba.
El viento agitaba sus rizos negros que la hacían inconfundible entre la arena blanca de la playa. Quizás pareciera que no tenía una rutina que la llevara a contemplar el suave planear de las gaviotas sobre el mar y como, poco a poco frenaban su vuelo para posarse formando una figura geométrica, pero siempre que empezaban a enfurecerse las aguas sentía una atracción irrefrenable de correr a ver el ritual de las gaviotas.
Sara pensaba que había un tesoro bajo esas oscuras aguas y que sus gaviotas la llamaban para indicarle exactamente dónde se escondía.
Aquella idea llegó a su cabeza a los once años cuando su tía Nines comenzó a llevarla a pasear por la playa cada fin de semana y de esa forma transmitirle su pasión por el mar...
Nines le contaba historias sobre las gaviotas y sus vuelos rasantes hasta que se ponían de acuerdo sobre qué dibujo querían pintar sobre la superficie y así atraer a los peces a la superficie para darse el gran festín. Sara jugaba a adivinar: ¿sería un círculo? ¿o una estrella?
Cada fin de semana, las curiosas gaviotas esperaban a Nines y a Sara para empezar su gran baile sobre las olas.
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